viernes, 13 de julio de 2012

Me hubiera gustado decirte adiós: Ráfagas


"Somos cual dos silencios separados, partidos, que, si estuvieran juntos, tendrían alegre voz"
Dante gabriel Rosetti


Entre la variedad de pérdidas, las muertes súbitas son las más difíciles de afrontar. Por un lado, porque sobrevienen de la nada, como si sufriésemos un ataque por la espalda, y eso no nos da tiempo para prepararnos. Por el otro, porque nos deja huérfanos en un instante. Sin piedad. Sin vuelta atrás. Por eso, tal vez la representación que nos hacemos de la muerte sea la de un esqueleto vestido de negro que nos acecha. Y lo que sentimos cuando alguien se va de nuestro lado así de pronto es que la guadaña nos cayó encima de un hachazo, desgarrando nuestra vida por donde más duele.
¿Cómo volver a juntar los pedazos en que se hizo añicos nuestro corazón? ¿Cómo recuperarse de este golpe que noquea el alma?
Hay infinidad de libros que proponen recetas para recuperarse de la muerte de un ser querido, pero el texto que se cuela una y otra vez en medio de nuestro dolor es muy distinto. Grita el nombre de aquél que ya no está. Y las preguntas que se abalanzan sobre nuestro pecho se enredan unas con otras sin que seamos capaces de encontrar una respuesta que deshaga tanto nudo. No vemos la luz al final de esa fosa oscura en la que caímos después de la pérdida. Nos parece que la muerte no sólo se llevó lo que más queríamos sino también gran parte de nuestra alma.
El pensamiento agudo del escritor CS Lewis se topa, de repente, con el muro del desconcierto cuando se cuestiona, luego de la muerte de su esposa Joy:

"¿Para qué amar si la pérdida duele tanto? Ya no tengo más respuestas, sólo la vida que he vivido. Dos veces en la vida se me dio a elegir: de niño, y de adulto. El niño eligió la seguridad, el hombre elige el sufrimiento. El dolor que siento ahora es parte de la felicidad de entonces. Ese es el trato."


Y llega a tocar el fondo del abismo cuando expone abiertamente su corazón y describe el proceso de su propio duelo, a un mismo tiempo absurdo y bello:

"Nadie me dijo nunca que la pena se siente casi igual que el miedo. No tengo miedo, pero la sensación es la misma; esa agitación del estómago, esa inquietud, bostezos. Paso tragando saliva. En otros momentos me parece estar ligeramente ebrio; o que me han golpeado. Hay una especie de barrera invisible entre yo y el mundo. Me cuesta absorber lo que dicen los demás. O quizás no quiera escucharlos. Es tan sin interés. Pero deseo que los demás estén cerca. Me aterran los instantes en que la casa está vacía. Si tan sólo hablaran entre sí y no conmigo."


Y luego describe las fases en que cae una y otra vez, sin demasiado orden:

"Anoche regresaron todos los infiernos de la pena joven; las palabras enloquecidas, el amargo resentimiento, el temblor en el estómago, la irrealidad de pesadilla, el hundimiento en las lágrimas. Porque en la pena nada se queda quieto. Uno pasa saliendo de una fase; pero vuelve siempre. Sin pausa. Todo se repite. Voy en círculos. ¿O podré esperar que vaya en espirales? Y si en espiral, ¿subiendo o descendiendo?


Nota al pie: las citas de CS lewis están tomadas de su libro Una pena observada y de la película sobre su vida: Tierra de sombras.


Victoria Branca

1 comentario:

Fe r dijo...

Me gusta mucho esta reflexión. Creo que necesitamos hablar de estas cosas que no tienen buena prensa, que espantan a muchos, para las que se nos ofrecen recetas con fecha de vencimiento como si todo fuera tan fácil.

Leí por ahí tantas veces sobre el duelo, su cronificación considerada patologica si se extiende más allá de determinado tiempo.

Me quedo con la humanidad de lo que cuenta Lewis, desde el estómago, pasando por las lágrimas, el miedo, el desinterés, el sinsentido, el estar ausente estando presente. Todas esas sensaciones físicas y vivencias espirituales que se transitan en cámara lenta cuando se vivencia un duelo.

Vivimos en tiempos veloces y anestésicos: no se nos permite ni nos permitimos estar tristes, penar, "duelar" (¿está bien dicho?). Entonces tienen que darnos un método, una fecha en la que sepamos que se va a acabar el dolor, una panacea que es en verdad un placebo. No hay peor duelo que el que no duele.

Un beso.

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