sábado, 27 de junio de 2009

RECLUSAS PERPETUAS










"La vida no está asegurada por sus riquezas", dice el evangelio,
y no se refiere al patrimonio económico sino a todo aquello en
lo que basamos nuestra seguridad.
Se trate de una casa, de una carrera, de nuestra salud, o de seres
queridos, nada de ello pareciera estar tan asegurado como pretenden
convencer las variadas ofertas de pólizas, que con una sonrisa ganadora
y mucha letra chica afirman lo contrario.
La explicación que encontraba mi abuela para la ausencia de certezas
era que "a seguro se lo llevaron preso", y por ese motivo no podía
ejercer el mando necesario para hacer de la vida un camino recto y
predecible.
Y así, ya no éramos los hijos predilectos de un padre protector, sino
frágiles hojas a merced de las ráfagas del destino.
Pero a pesar de que la historia es testigo contundente de que la
incertidumbre y la infalibilidad han sido reclusas perpetuas, no nos
resignamos a aceptar que la vida sea impredecible, sorprendente y
muchas veces caótica.
Preferimos aferrarnos a algun mástil firme que nos mantenga en tierra
a quedar expuestos a los vientos que se desatan mar adentro.
Y muchas veces, cuando estamos por desenrrollar las velas, volvemos a
recoger las sogas por temor a los cambios meteorológicos.
¿Cuántos sueños quedaron arrumbados en algún camarote de nuestra
existencia?
¿Cuántos senderos dejamos de andar por temor a lo desconocido?
¿Cuántas barcas vimos partir sin nosotros hacia nuevos horizontes?
Se han recogido infinidad de testimonios de enfermos terminales que
han dicho que se arrepentían más de lo que no habían realizado, que
de lo que habían hecho mal.
Y que si pudieran volver a vivir cometerían más errores y se harían
a la mar más seguido.
Lo curioso, es que sea a ellos, que están en el lecho de muerte, a
quienes se los describe como terminales.
¿No lo somos nosotros también?

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