lunes, 29 de junio de 2009

MUELLES















En algún punto de nuestras vidas, algo nos separa de lo que fuimos en nuestra infancia.
Un hecho doloroso, una sentencia, un error, o simplemente la idea de que hacerse adulto es dejar en el pasado el corazón de niño.
En el trayecto hacia la madurez vamos despojándonos de bártulos innecesarios y, junto con ellos, quedan en el olvido recuerdos, vivencias, amores...
Lugares y personas que fueron de suma importancia para nosotros mientras crecíamos se esfuman con las luces de una aurora que promete llevarnos pronto a un muelle más seguro, donde la polilla y la herrumbre del dolor no nos carcoman por dentro.
Volver la vista atrás nos resulta peligroso. Uno puede perder el rumbo y la velocidad y otros tomar la delantera. O, lo que es peor, quedar convertido en estatua de sal.
En el trayecto que aún nos queda por recorrer para llegar a destino no hay tiempo para detenerse en cosas viejas. Y es de esperar que el niño que fuimos se mantenga quietito y en silencio para no entorpecer nuestros planes.
Pero ya sabemos que los niños no se atienen a la lógica del adulto, y que para ellos la vida es juego y no estrategia.
Por eso tal vez pataleamos (como ellos) cuando una simple flecha lanzada desde atrás en el tiempo nos vulnera dejándonos fuera de competencia. Y corremos a guarecernos en alguna trinchera improvisada hasta tanto podamos armar un nuevo plan de ataque en que ese niño molesto desaparezca de nuestra historia de una vez por todas.
Crecer parece por momentos una huída hacia un nuevo puerto donde sólo descienden quienes hayan sabido sortear los embates del pasado, las olas inmensas de una infancia triste, la noche oscura y eterna del sin sentido...
La tempestad que, tarde o temprano, se desata en el corazón no es obra de un dios iracundo, ni la maldición de alguna hechicera. Es el grito de aquél niño que aún somos, que ya no soporta el cautiverio y se ha prometido a sí mismo disponer de todos los recursos que encuentre a mano para que le prestemos atención.
Porque, aunque nosotros nos olvidemos de él, él no se olvida de nosotros. Y esperará el momento oportuno para recuperar el trono que le fue arrebatado.

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