domingo, 21 de junio de 2009

LAS HERIDAS DEL CORAZÓN


Muchas de nuestras heridas se originan en nuestra infancia. Es en esa etapa donde se delinean nuestras primeras impresiones acerca del dolor y el amor, lo que está bien y lo que está mal. Y es en la infancia, también, donde vamos construyendo las bases que sostendrán nuestras creencias.
Si de niños hemos recibido impactos dolorosos en el corazón, en el cuerpo, o en nuestra mente, tenderemos a construir mecanismos de supervivencia que nos ayuden a mantenernos en pie en un mundo que ha dejado de ser seguro y amigable ante nuestros ojos. Es un "manotazo de ahogado" al que recurrimos de manera automática para mantenernos a flote hasta que llegue la hora del rescate. ¿Pero quién habrá de rescatarnos si muchas veces nuestras heridas son un secreto que ni siquiera nosotros queremos develar?
Si crecimos en un entorno que no da lugar a la expresión de las emociones y favorece el silencio y el ocultamiento, aprendemos a ser nosotros mismos los guardia cárceles de nuestro dolor. O los sepultureros que cavan fosas profundas para echar bajo tierra nuestra tristeza. O los constructores de diques que contengan nuestras lágrimas. Pero al hacerlo, enterramos también lo mejor de nuestra niñez: la alegría, la espontaneidad, la curiosidad, el asombro..
Alice Miller, psicoanalista especializada en la niñez, dice que "no son los traumas que padecemos en la infancia los que nos enferman emocionalmente, sino nuestra incapacidad de expresarlos."
No es la herida original lo que termina infectándonos, sino el haberla tapado con una venda sin darle tiempo a que se airee hasta cicatrizar.
Si ante una situación traumática y dolorosa contamos con alguien que nos escuche sin juzgar y nos permita contar nuestra historia, estaremos en camino de sanar más pronto aunque el proceso implique derramar algunas lágrimas. ¿Por qué le tenemos tanto temor al llanto? ¿Si es lo que lava y suaviza, lo que ablanda y horada?
La escritura es una poderosa herramienta de sanación. Es un medio que permite expresar lo que quedó sin decir, darle voz al niño herido, volcar los sentimientos que el silencio sepultó prematuramente.
Cuando dejamos que el corazón se exprese en libertad, estamos inyectando una poderosa medicina en nuestro organismo que hará que el corazón comience a latir nuevamente con toda su fuerza, e irrigue vitalidad a todo nuestro ser.
Contar la propia historia, con sus penas y alegrías, abandonos, encuentros, heridas y encrucijadas, es una forma de rescatar a ese niño que quedó asustado y escondido a la espera de que alguien lo descubra, lo mire a los ojos, lo abrace, le diga que todo está bien y "le abra la puerta para ir a jugar".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que lindas palabras,tan reales,me llevaron a mis recuerdos de la niñez.Es verdad...solo queria que me abrieran la puerta para ir a jugar...
Muchas gracias por crear este espacio de ayuda...es genial,me encanta....que lindo!!!
Mi abrazo grandote,gracias por dejarme ser participe de toda bella lectura para reflexionar.
Marcela mama de Catalina,hermana de Barbara,mis 2 angeles

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